Enrique Lihn. A partir de Manhattan.
Valparaíso: Ediciones Ganymedes. 1979. 70 páginas. 1 ° edición. 19x13 cm.
Es probable que algún día lleguemos a saber quién era en verdad Enrique Lihn. Y aunque la utilidad de esto sea nimia, servirá al menos para contemplar maravillados la disposición de las complejas distribuciones que constituyen su obra.Poeta de paso, novelista, crítico de arte (y crítico a secas), cómico de la lengua, performer, dibujante de novelas gráficas obscenas (Roma la loba), escapista profesional, maestro de ceremonias, mentor e infante difunto. Todas esas facetas y más supo ostentar bajo un equilibrio estable; equilibrio que, por su parte, llegaba a enloquecer el lenguaje. Lihn literalmente podía hacer hablar a los objetos. En A partir de Manhattan no sólo extrae impresiones de Hopper, Monet o Gerard David, sino que puede hacerlo sin titubear de un subway o de una catedral neoyorquina: “¿De qué planeta frío cayó este aerolito / que no presenta huellas de Dios en parte alguna?”. Aunque es cierto que el empleo de la écfrasis es notable (y en esto Lihn se destaca como pocos), la vocación por la descripción pintoresquista, variopinta en sinsabores, que el autor de Pena de extrañamiento utiliza en favor suyo, es decir, a favor de la palabra, vibra ante cada embate de la escritura. Un hombre con un cuaderno y una pluma puede retratar un mundo. Un hombre como Lihn lee el mundo como si fuese un cuaderno de signos y logra captarlos en sus desemejantes manifestaciones: “La mariposa no puede recordar que ha sido oruga / así como la oruga no puede adivinar que será mariposa / porque los extremos del mismo ser no se tocan”.
Algo que han hecho notar algunos conocedores de la obra de Enrique Lihn es que A partir de Manhattan gravita en la constelación tripartita del exilio junto a Escrito en Cuba y París, situación irregular. En este caso, el contrapeso de la fuga lo brinda el inolvidable poema “Nunca salí del horroroso Chile” al afirmar que “mis viajes que no son imaginarios / tardíos sí —momentos de un momento— / no me desarraigaron del eriazo / remoto y presuntuoso”, ajusticiando hacia el final con un seco “Nunca salí de nada”.
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